Réplicas
de cerámica arqueológica y arqueología experimental.
Bruñido de un vaso argárico.
El objeto
arqueológico encierra una carga subjetiva. Esa exclusiva de aquel
que lo contempla con curiosidad, con interés, con admiración a
veces. La arqueología contemporánea parece interesada
exclusivamente en la información objetiva que contiene. Como si
cualquier valoración subjetiva contaminara el objeto de una visión
anticuada, superada, ajena a la ciencia.
Réplica de un vaso del Acebuchal de Carmona. La metalurgia del cobre, las
excavaciones de Bonsor...
Réplica de un pebetero ibérico de la necróplis de la Albufereta. Coroplastia ibérica.
Es bien
conocido que a la arqueología en su concepción científica precedió
una larga etapa en la que primaban intereses que para muchos hoy
serían espúreos. Pero aquello que ha sido una realidad no deja de
serlo porque hoy se mire con un enfoque distinto: ¿podríamos
concebir la tarea de Schliemann, o de Schulten, por citar a alguien,
desligada de un sentido de la Historia cargado de evocaciones
literarias, de mitos, de belleza...? ¿Qué alentaba las expediciones
a lugares remotos en busca de la Historia perdida? ¿Cuántos
artistas reflejaron en plumillas y acuarelas lugares abandonados de
antiguo, llenos de leyendas, buscando reflejar ese misterio oculto
entre las ruinas más que cualquier otra cosa?
Las lucernas paleocristianas nos remiten al mundo romano tardía y al arraigo del cristianismo en todo el imperio. Taller de recreación de lucernas.
El
coleccionismo de objetos arqueológicos, desde colecciones reales, o
pertenecientes a la nobleza, como un signo de aristocracia cultural,
a los gabinetes privados de burgueses ilustrados, o de sabios
clérigos, estuvo ligado a la subjetividad que cada objeto
arqueológico suscitó en cada poseedor. Para unos fue Tartessos y
sus fuentes de plata, para otros fueron los palacios cretenses que
mostraban una cultura llena de vitalidad y color, quizás otros
quisieron interpretar las migraciones de los pueblos del mar a partir
de las cerámicas micénicas, o imaginaban las naves cagadas de
madera de cedro y púrpura de los fenicios.
Esgrafiado hispano árabe. Decoración de una jarra.
Cuántos otros se
enamoraron de la cultura griega, empezando por Lord Byron, y ésta
parecía contenerse en alguna porción en una dracma de Egina o una
cílica ateniense. Aquí, muchos de los padres de la arqueología
ibérica quisieron encontrar en la escultura o la pintura vascular
ibérica algo mas que dataciones, cronologías, o reflejos mudos de
un modo de vida perdido.
Decoración puntillada de un vaso campaniforme.
Juan Antonio Pérez Meca levantando la maqueta a escala de un área minera de Huelva.
Creo que hoy
podemos permitirnos el lujo de disfrutar de esta visión, romántica
si se quiere, y si el espíritu de cada uno así le permite ese
deleite, sin dejar de valorar esa otra visión moderna que nos va
acercando a un conocimiento objetivo mejor acreditado.
Unas manos hacían esto en la campiña bética, en la puerta de una estancia iluminada, sobre un alcor, con tierra, agua, sus manos y fuego.
Para un
modesto artesano como el que escribe, entusiasta desde la niñez de
la historia antigua, los objetos arqueológicos contienen historias.
Y ese poder de evocación va más allá de lo que alcanza a extraer
de ellas el análisis científico.
Bruñido de una réplica de campaniforme marítimo.
Conocí a
una persona que viajaba a Grecia con cierta frecuencia, movido por su
amor a la cultura griega clásica. Me relató que durante una visita
a las ruinas de Corinto encontró una moneda de bronce, griega. Le
otorgaba a su hallazgo un valor de talismán, el objeto quizás no
había pasado por otras manos desde que un habitante de Corinto lo
extraviara más de dos mil años antes. Esto puede analizarse desde
el punto de vista de las leyes de protección del patrimonio, desde
la óptica también del nulo valor informativo de una moneda que
estaba exactamente donde tenía que estar, pues era corintia y del
período de ocupación de la ciudad... para él era algo muy
distinto. Cada signo alfabético, cada relieve del cuño, en lo que
representaba y en cómo lo había representado el artista abridor de
cuños, el mismo peso y color... eran otra cosa, ajena a valoración
económica, algo que producía una satisfacción casi mística y
personalísima.
Calcolítico de Los Alcores.
Como la
posesión de objetos arqueológicos está muy restringida por las
leyes, quizás con mi trabajo puedo aportar algo de esa satisfacción
personal a través de reproducciones de objetos que hago con cariño
y, a veces, alguna pericia conforme pasan los años y mejoro las
técnicas. Ya sé que no es lo mismo, pero sin merma para el
patrimonio de todos podemos disfrutar en parte de la posesión de
esos evocadores objetos. Para mí lo importante es crearlos, más que poseerlos, y tengo la gran fortuna de que nunca me canso. Si después
de largas jornadas consigo mejorar un poquito el aspecto de una pieza,
ello me complace. Nunca abro un libro de arqueología o visito un
Museo local sin que se suscite el deseo de, como un nuevo reto
estimulante, reproducir o al menos imitar una nueva forma, una
decoración, un color. No perder nunca la pasión en el trabajo es
algo impagable.
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