Las
jarritas del ajuar funerario visigodo.
Jarritas visigodas del Museo de Ciudad Real
Ha
destacado Raúl Aranda González en su publicación “Cerámica de
época Visigoda: una historia de investigación “, la importancia
del II Simposio de Arqueología de Mérida para la investigación de
estas cerámicas, pretendiéndose en dicha reunión poner un orden
metódico en la discusión abierta en torno a las producciones
cerámicas desde las últimas romanas hasta las primeras califales.
Disco de lucerna bajoimperial romana con cruz.
La cerámica de época visigoda venía adquiriendo protagonismo, y el
Simposio supuso la puesta en común de diferentes focos regionales
de investigación. Estas investigaciones han puesto el acento además
en aspectos tecnológicos de las producciones cerámicas, como
análisis de pastas, tipos de fabricación, cocciones, ampliando así
la visión de clasificación tipológica propia de décadas
anteriores.
Reproducción de un ajuar visigodo, de Arqueocerámica.
Destaca
este autor que no puede entenderse la cerámica de los siglos VI y
VII si no se atiende a sus vínculos con el mundo tardorromano y el
emiral. La visión supera el modelo basado en la etnicidad visigoda,
entendiéndose la cultura material de estos siglos como el reflejo de
una sociedad que es diversa y compleja.
Jarra visigoda del Museo de Córdoba.
Pasta roja engobada en blanco.
Para poder estudiar aspectos
fundamentales como la organización territorial , el poblamiento, la
economía, las estructuras políticas y sociales, se hace preciso el
estudio sistemático de la cerámica como fuente básica de datos de
la cultura material que arroja luz sobre esos otros aspectos más
amplios, empezando por los cronológicos.
Ladrillo impreso visigodo, Toledo.
Sobre
cronología, también, José Ignacio Murillo, analizando una
jarrita de la necrópolis de Castiltierra, destaca que los resultados
de las últimas investigaciones amplían el marco cronológico de los
restos materiales antes considerados visigodos, que hoy se adscribe
al periodo tardorromano (siglos IV y V) y que se prolongan hasta los
siglos VIII y IX, al periodo emiral. La denominación de cerámica
tardía o tardoantigua parece más adecuada al ser más amplia.
Jarrita globular tardía en el Museo de Alcoy.
Los
ajuares de época visigoda aparecen a menudo en ambientes funerarios.
Hasta ahora la investigación, por medio de los ajuares, diferenciaba
las necrópolis visigodas de las pertenecientes a la población
mayoritaria hispana, según nos dice este autor. La aparición en
las tumbas de broches de cinturón, fíbulas y otros elementos
ornamentales de tradición germánica se fechaban sistemáticamente
antes del 589, fecha de la unificación religiosa católica bajo
Recaredo.
Moneda visigoda de Recaredo.
Ello habría supuesto una diferenciación respecto al
período anterior afectando la liturgia y los ritos funerarios, Pero
matizando que, al ser el arrianismo una herejía del cristianismo,
aspectos formales no diferirían en exceso de la ortodoxia católica,
por lo que no cabe otorgar un valor determinante a las variables
utilizadas para distinguir entre necrópolis visigodas y necrópolis
hispanorromanas.
Botella visigoda de asa plana.
Necrópolis de Vistalegre, Aspe, Alicante.
Sabemos
que el grupo cultural visigodo practicó un ritual de inhumación muy
influenciado por las costumbres tardorromanas de los primeros
cristianos. Las
inhumaciones de este periodo, en muchos casos, van acompañadas de
ajuares funerarios que podían estar compuestos de diferentes objetos
cerámicos, producto de ofrendas rituales, además de objetos que
formaron parte de la indumentaria de cada difunto. Ambos sexos
empleaban la túnica como vestimenta, complementada con una capa.
Para sujetar la primera usaban fíbulas dispuestas sobre la
clavícula, ciñéndola con un cinturón provisto de placa adornada.
Aretes visigodos, Museo de Ciudad Real.
A
partir del siglo VII, los tipos de hebillas de cinturón con placas
se transforman en láminas de bronce fundidas con decoración calada,
grabada o en relieve, mientras que se pierde el uso de las fíbulas.
La capa podía sujetarse con otra fíbula. En los enterramientos
masculinos aparecen a veces algunas armas, como cuchillos o espadas
cortas. Y en los enterramientos femeninos aretes, collares con
cuentas de vidrio, pulseras y anillos de diferentes metales.
Pulsera visigoda en el Museo de Ciudad Real.
En
cuanto a las cerámicas, las jarritas son las más comunes, a veces
junto a ungüentarios de vidrio. Las formas cerámicas pueden ser,
además, botellas, cuencos y platos. Las ofrendas rituales, siguiendo
costumbres y tradiciones antiguas, suelen ser de alimentos o
libaciones de líquidos.
Ajuar funerario visigodo, reproducción de Arqueocerámica. Lucerna paleocristiana de Benalúa.
Hebilla visigoda. Pasta vítrea. M.A.N.
La tradición romana de alimentar a sus
difuntos en el más allá, acompañando los deudos el banquete
funerario, fue condenada en diferentes concilios eclesiásticos por
su carácter pagano. Así, en el II Concilio de Braga, se establece
que
“No
está permitido a los cristianos llevar alimentos a las tumbas de los
difuntos, ni ofrecer sacrificios a Dios en honor de los muertos”.Esto
ha llevado a interpretar la presencia de estas jarritas del ajuar
funerario como contenedores del agua bautismal, signo de la profesión
cristiana del difunto.
Concilio en la Hispania visigoda.
Esta
interpretación debe conjugarse con que el bautismo visigodo se
realizaba por inmersión en la piscina bautismal, según el rito
isidoriano, y, de aceptarse, más parecería, de tratarse de agua
bendita, que no lo sabemos, de un recuerdo del bautismo recibido tal
como hoy se asperja el ataúd del bautizado, o como un elemento
apotropaico.
Piscina bautismal en el Museo de Valladolid, provista de gradas
cuyo descenso tenía su sentido simbólico.
De
tonalidades claras, a menudo con desgrasantes visibles, la forma de
las jarritas es a menudo piriforme, a veces de tendencia globular,
con asimetrías en muchos casos que delatan el torno lento, sin pie
salvo excepciones en que se aplica imitando formas litúrgicas de
bronce, de cuello estrecho y alargado, monoansatas o de dos asas que
arrancan de un engrosamiento o labio en bisel que rodea el cuello y
caen en curva hasta el hombro. Algunas presentan el pellizco vertedor
en boca y otras no, resultando jarrita o botella. La decoración, a
veces, queda reducida a algún zigzag de finos incisos a peine.
Jarrita visigoda de dos asas.
Jarrita visigoda del MAN con decoraciones impresa e incisa a peine.
Evidencian
un marcado cambio tecnológico de la producción frente al modelo
bajoimperial, al sustituir la homogeneidad de las grandes
producciones que se distribuían a todo el imperio por pequeñas
producciones locales con un carácter más artesanal.
Jarrita visigoda. M.A.N.
Jarrita y hebilla visigodas, reproducciones arqueológicas Arqueocrámica.
Epigrafía visigoda.
Los
asentamientos visigodos se hicieron, por norma general, en pequeños
grupos rurales, que vivían en poblados de tiendas y cabañas, de los
que sólo han llegado a nuestros días las necrópolis. Comunidades
de unos doscientos o trescientos individuos, que durante tres o
cuatro generaciones mantuvieron sus formas de vida tradicionales.
Botella visigoda de La Alcudia de Elche.
Así, a menudo conviven cerámicas hechas a torno con
producciones a torneta o torno lento,- distinción que ha matizado
muy acertadamente la profesora Sonia Gutiérrez para cerámicas
paleoemirales, en su trabajo sobre la Cora de Tudmir-, con acabados a
mano y un sencillo alisado de las superficies que prescinde de
engobados muy característicos y de calidad como fueron las cerámicas
bañadas en sigillata.
Hebilla visigoda en el MAN, con engastes de pasta vítrea y granates.
También se documenta una significativa
reducción de formas, y escasean los hallazgos de hornos de
convección o doble cámara, volviéndose a menudo a cocciones en
fosa simple y a hornos de fuego directo y pequeño tamaño propios de
talleres familiares.
Enterramiento tardío bajo tegulae, Museo de Alcoy.
Crismón visigodo emeritense.
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