jueves, 19 de noviembre de 2015

Taller lucernario: haciendo lucernas romanas.



Taller de lucernas romanas.


Lucernas romanas



 Lucerna romana del Museo Arqueológico de Cartagena.

 
Frente a otras producciones cerámicas que utilizan el torno, o el modelado manual, la técnica del molde bivalvo imprime al proceso manufacturero unas características muy particulares.
Los iberos conocían estas tres opciones técnicas. Tenemos ejemplos de modelado a mano de piezas únicas, sin posibilidad de seriación, como la figura cultual de la Diosa Madre de La Serreta de Alcoy. A molde de dos partes o valvas se fabricaron numerosos modelos de pebeteros o thymiaterios, por ejemplo, también ligados a la liturgia, siendo la necrópolis de La Albufereta de Alicante quizás el lugar donde más variedad y número de estos objetos rituales han sido hallados.


Diosa madre ibérica de La Serreta de Alcoy. Ejemplo de modelado singular, técnicamente imposible de seriar. Pieza única.


Molde para la elaboración de Thymiateria o pebeteros cultuales ibéricos. En este caso, un modelo de la necrópolis ibérica de La Albufereta.


 

Pebetero de los llamados de Tanit, realizado con molde bivalvo. MARQ.

Copiando una pieza ibérica del MARQ conocida como El Orellut realizada con molde de dos partes.


Los elementos de iluminación cerámicos utilizados por los iberos eran platillos o cuencos bajos sencillos de alfarería donde suponemos que una mecha y aceite o sebo servirían para alumbrar, sin perjuicio del uso probable de la cera, ya que conocían la apicultura.
La lucerna era el objeto imprescindible en toda casa romana desde la caída del sol. Los condicionantes técnicos de su producción convirtieron a estos objetos en elementos representativos del mundo romano, por su difusión y semejanza en cualquier parte del Imperio. 



Figurillas de terracota del Museo de Cartagena. Coroplastia romana realizada con molde bivalvo.

Bacchus de Cartagena. Molde y baño de terra sigillata.

 
Resumiremos su evolución: las primeras producciones romanas en barniz negro, que siguen esquemas helenísticos, surgen en torno al 250 a. C., difundiéndose hacia el occidente mediterráneo a partir el 180 a. C, estudiadas en su tipología por Ricci. A comienzos del s. I a. C., aparecen las variantes conocidas como tardorrepublicanas, las formas Dressel 1 al 4.
La adopción de la técnica del molde de dos valvas incorpora una serie de innovaciones como el cierre del disco por completo y una infinita gama de decoraciones en el mismo.
Además, esta técnica permite fabricar en grandes cantidades y, por tanto, una amplia comercialización. La manufactura lucernaria exige una infraestructura muy pequeña, y la utilización del molde de dos partes permite obtener muchos moldes de segunda generación a partir de un modelado original, incluso variando exclusivamente el molde superior decorado, pues el coroplasta puede servirse de un mismo molde inferior para fabricar lucernas con distintas decoraciones, siempre que no varíe la forma de la lucerna. Es decir, las variaciones se concentran en el disco.
Otro efecto de la utilización del doble molde es que difundió un repertorio formal común a todo el Imperio, un instrumento de difusión de imágenes: divinidades, mitos, alegorías, escenas cotidianas, incluso temática erótica.

                                                           Lucernas romanas por cocer.


 Lucernas romanas con variedad de formas y motivos decorativos.


En Hispania hubo numerosos talleres, y la investigación ampliará su número sin duda. Cada ciudad romana debió de contar con talleres lucernarios de difusión en las áreas vecinas. Estos talleres debían ser pequeños y casi familiares. Las modas cambiantes permitían al ceramista ofrecer a lo largo del tiempo novedades que despertaran el interés por adquirir nuevos modelos. A la arqueología le interesa especialmente la dispersión de las lucernas, estudiando las rutas del comercio, y la cronología. La lucerna que aparece en un contexto limpio, por su morfología y decoración, y por el sello del ceramista que suele estar impreso en una cartela en la base de la misma, se convierte en un elemento útil para la datación y el conocimiento de las rutas de aprovisionamiento de estos imprescindibles elementos.

                                 Lucernas bañadas antes de la cocción con distintos engobes.


 
La primera producción imperial propiamente dicha son las lucernas de volutas, caracterizadas por dos elementos ornamentales en forma de voluta en los extremos del arranque del rostrum.
Cada una de las variantes corresponde a una etapa cronológica, estudiadas por Loeschcke.
Con las lucernas de disco se inicia otra producción muy distinta de la anterior. Dressel estableció los grupos principales a partir de la estructura del pico y su forma de unión con el cuerpo de la pieza.

                                         Lucerna de volutas hallada en el Portus Illicitanus

La lucerna altoimperial de Santa Pola y su molde, escena pastoril. Similares han sido halladas con la cartela TYTIRUS en disco, por ejemplo, en el Museo de Bruselas.

 
Finalmente, entre los siglos IV y VI se produjeron las lucernas llamadas tardoantiguas, de producción norteafricana y bañadas en terra sigillata, también conocidas como lucernas paleocristianas por los motivos de su decoración: Crismón, paloma, Cáliz, pez, Santos cristianos, el Buen Pastor, racimos de uvas, escenas veterotestamentarias, etc. Flanqueando el disco, motivos impresos geométricos repetidos. La importación de estas lucernas se concentró en la el sureste peninsular, en especial en Murcia, Alicante y la costa catalana, mejor comunicadas con el norte de Africa por vía marítima.



 Lucernas paleocristianas.


                                            Lucerna paleocristiana con paloma y su molde.

 
El proceso de fabricación es sencillo una vez que se dispone de un buen modelado y un buen molde, pero en estas dos fases previas es delicado y costoso, trabajo de especialistas: modelado un original, con barro bien decantado, y utilizando herramientas para trabajos delicados de incisión, impresión o estampillado, lijado y bruñido, se realizaba el molde. La pieza se recubría con arcilla hasta una altura y, previa elaboración de un encofrado o cajetín en torno a la pieza, se vertía en él yeso. Una vez fraguado, se repetía la operación para obtener el molde de la parte desnuda de la lucerna. Para evitar que se pegasen ambas partes se untaban de aceite de oliva. El artesano especializado en realizar estos originales y moldes, cuidaría de no dejar salientes en el modelo que, reproducidos en el molde de yeso, dificultaran el desmoldado de las piezas. Además creaba en la arcilla envolvente, o directamente en el yeso, anclajes que asegurasen que ambas mitades coincidieran perfectamente al superponerse. Esta tarea es delicada y laboriosa. Un buen molde tiene una duración larga, aunque el uso continuado aconseja su reavivado en los detalles con cierta periodicidad. 

                             Lucerna paleocristiana y herramientas para modelado de originales

  
Los moldes podían hacerse igualmente de arcilla, pero el secado del molde produce una merma en torno al diez por ciento del tamaño de la lucerna producida.
Para la elaboración de las copias a partir del molde obtenido, una vez bien seco, se precisa arcilla bien decantada, pequeños utensilios para cortar rebabas, lijas y bruñidores para repasar fallos, arañazos, desconchones. La arcilla se extiende en una y otra valva cubriendo el interior, dejando el espesor de pared deseado, y luego ambos moldes se encaran y unos ligeros golpes unen ambas mitades si el barro está lo suficientemente blando y el artesano ha dejado un ligero exceso de altura de la pared en una de las mitades. De no ser así, puede añadir un cordoncillo de barro humedecido en barbotina antes de aplastar ambos moldes uno contra otro.


                    Lucernas romanas: entre ellas se aprecian dos prototipos o modelos en macizo.


 
La contracción del barro hace que se desprenda del molde; el aire encerrado en la pieza la va tensando al aumentar la presión mientras seca, lo que contrarresta la posibilidad de que la pieza sufra un ligero hundimiento mientras seca si se ha dejado salida al aire. Pero si se tarda demasiado en abrir los orificios, se corre el riesgo de que la presión del aire agriete la lucerna.
La adición de asas, menos frecuente que el asa ya unida al bloque desde el mismo molde, y otros elementos morfológicos, y su repasado, completa el modelado.



 Lucerna paleocristiana con Crismón, en su molde antes de abrir los orificios.


Se practica con una herramienta de boca cortante y circular el orificio de combustión, donde arderá la mecha. El orificio u orificios de aireación y llenado, más pequeños, se abren del mismo modo en el disco. A veces, en las lucernas imperiales, se observa un diminuto agujero que ventila el canal del rostrum, aunque la experiencia de fabricar lucernas enseña que a menudo se practica por el artesano para dar salida al aire durante el secado mientras la mitad de la pieza permanece anclada en medio molde, tes de practicar los orificios de combustión y ventilación: sacarla antes de tiempo puede deformarla, y dejarla sin control durante el secado puede producir agrietamientos. Esta mínima perforación permite posponer el momento de desmoldar y practicar los orificios pero dando una salida al aire mientras.


                                                Terra sigillata ya lista para bañar lucernas.


Lucernas romanas con baño de distintos engobes.


Por último, un ligero baño en un engobe muy líquido de sigillata embellece y, sobre todo, impermeabiliza la pieza interior y exteriormente, de modo que no se ensucia del aceite que de otro modo penetraría los poros del barro. En muy raros casos se aprecia un barniz de esmalte, como es el caso de la lucerna de doble piquera y espejo de hoja de parra de La Alcudia de Elche. Al fundente plúmbico (galena de plomo molida, o alcohol de alfarero) se le añade óxido de cobre. Después, la cocción, y al mercado.

 
Lucerna vidriada de la Alcudia de Elche.

                                                    Galena molida o alcohol de alfarero.

 







domingo, 1 de noviembre de 2015

Cerámica andalusí y vida cotidiana en Murcia. Algunas cerámicas islámicas del Museo de Santa Clara.

 
Cerámica andalusí y vida cotidiana en Murcia. Algunas cerámicas islámicas del Museo de Santa Clara.

  Jarrita esgrafiada sobre óxido de manganeso.

El Museo de Santa Clara se encuentra en pleno centro de la ciudad de Murcia y ocupa parte del Real Monasterio de Santa Clara, clausura donde residen las Hermanas Pobres de la Orden de Santa Clara. El complejo arquitectónico que integra el museo constituye uno de los conjuntos monumentales más destacados de de Murcia.
Dice la historia que extramuros de la Medina de Murcia el rey murciano Ibn Mardanís, el rey Lobo, edificó una residencia de recreo que llamó Al Dar Sugra, o Alcazar Seguir. Los almohades lo arrasaron a comienzos del siglo XII. Medio siglo más tarde fue reedificada por Ibn Hud Mutawakkil, pasando a denominarse el Alcázar Hudí. 

 
Cerámica verde y morado.

De residencia palacial de recreo de la nobleza durante los siglos XII y XIII pasó a ser, desde el XIV, edificio religioso y convento de clausura, cuya dilatada vida ha permitido la conservación de este patrimonio.

Cuerpo globular de una botella califal. La producción califal decorada con esmaltes verde de cobre y óxido de manganeso sobre barniz blanco de plomo está ampliamente difundida en el territorio de Al Andalus.
 
Junto a un gran patio del siglo XIII, con una gran alberca, y la recreación de un jardín árabe, en un ala se disponen las colecciones visitables. En el piso alto, coro gótico de la Iglesia contigua, obras de arte sacro, destacando un imponente Crucificado de Salzillo. En la baja, llamada Sala Tudmir, una colección de restos de la cultura hispano árabe murciana: arquitectónicos, yeserías, epigráficos y numismáticos, … de distintos lugares de la geografía regional, completando para el período medieval las colecciones del Arqueológico Provincial.

                                Ataifor epigráfico califal murciano, con paralelos cordobeses.

Se expone una amplia representación de cerámica característica de este período: desde las primeras producciones con decoración verde manganeso, de época califal, a las espléndidas jarras esgrafiadas de los siglos XII- XIII, así como ajuares utilitarios y sencillos propios del ámbito doméstico andalusí.

Vasito y redoma con vidriado melado. Estas piezas formarían parte del ajuar de mesa más común.

                                                   
                        Candil de piquera sin decorar elaborado con abundante desgrasante grueso.

                           Cuenco de ala y repié decorado con pequeños trazos de manganeso.

     Candiles de piquera de las Claras de Murcia, barro muy claro y decoración de trazos de óxido de hierro en disco y borde de la piquera. La forma y decoración del que aparece en primer plano es casi idéntica a un ejemplar hallado en la Rábita califal de Guardamar del Segura.

Candil múltiple hispano árabe de Murcia. Sobre el cuerpo discoidal torneado y cerrado en cono, el alfarero pegó cuatro piqueras levantadas para evitar que se derramase el aceite, y sobre cada unión modeló un murete o espejo protector, que evita el riesgo de verse la pieza entera envuelta en fuego si el aceite se desparrama. estos espejos han sido decorados con tres almenillas talladas a cuchillo. La terminación mediante talla se aprecia también en las piqueras.

Una pieza singular procedente de Monteagudo. Un modelado arquitectónico semejando un patio central con un ala cubierta a cada lado, y dos torres sobre la mitad de estas cubiertas aterrazadas, sirve de reposadero de dos jarritas esgrafiadas y pintadas al manganeso. El agua que rezumaba quedaba en el reposadero que servía de bebedero de pájaros. La decoración de la arquitectura combina incisiones e impresiones. 

Detalle de la decoración epigráfica esgrafiada sobre el manganeso antes de cocer, y leyenda esquematizada pintada con el mismo óxido en el cuerpo de la jarra. Asas arrolladas. Procede de Monteagudo, Murcia, otro conjunto palacial, y se expone en el Museo de Claras.


Detalle de la decoración incisa e impresa del soporte arquitectónico o maqueta.

Las terrazas del reposadero tienen una perforación de recogida de agua y se sustentan mediante una columnilla central.

Precioso ejemplar murciano de cuerda seca parcial, jarra de dos asas de cinta, cuerpo globular con pie de anillo,  y cuello muy esbelto dividido en frisos decorativos, ajedrezados y leyenda epigráfica delimitadas con manganeso y rellenos de esmalte de cobre.

                                                 Cántaro con digitaciones de manganeso.

Al final se exponen cerámicas mudéjares de transición entre el mundo medieval islámico y el cristiano.

Jarritas hispano árabes.
Hemos reservado para el final esta evotadora muestra de pintura mural, temple sobre estuco,  una rareza por tratarse de representación de un rostro, un flautista, y, además de gran belleza en el trazo y colorido.


Adaraja o  ladrillo superpuesto en el muro y destinado a servir de trabazón con distintos fines, que perteneció a una cúpula de mocárabes del palacio del Rey Lobo, datado en la segunda mitad del XII.                                                         
                                 Flauta hispano árabe torneada en hueso. Museo de las Claras, Murcia.